Libros que te van marcando
Desde chico me gustaron los libros. Creo que sacar la cuenta de la cantidad de libros que leí en mi vida (la mayoría de ellos olvidables), sería imposible. Pero hay algunos que siempre se recuerdan. Son esos libros que te marcan para siempre. Que te mueven interiormente. Que te emocionan. Que después de leerlos, ya no sos igual.
“Una gata como hay pocas”, de Frida Schultz de Mantovani
Terminaba primer grado y me eligieron el mejor compañero. Aparte del orgullo de ser querido y reconocido por mis pares a edad tan temprana, ligué este libro en la fiesta de fin de año. Lo recuerdo con mucho cariño, especialmente por la dedicatoria de la señorita Angelita.
“Fábulas”, de Samaniego
Escritas en verso. Con muchos dibujos y colores. Lo recibí cuando tomé la comunión. Ahí me di cuenta que los libros serían muy importantes en mi vida.
“Los tigres de Mompracen”, de Emilio Salgari
Mis amigos querían jugar a SWAT, parecerse al teniente Harrison o al oficial Luca. Pero yo no. Yo quería ser pirata de la Malasia. Claro, me miraban como un bicho raro.
“El último de los Mohicanos”, de James Fenimore Cooper
Aventuras por doquier. Ese era mi mundo.
“David Copperfield”, de Charles Dickens
Ya comenzaba a mezclarse la emoción, los sentimientos. Aparecía la literatura.
“Moby Dick”, de Herman Melville
Aventuras y literatura podían ir de la mano. La novela por excelencia.
“Cien años de soledad”, de Gabriel García Márquez
No hace falta agregar nada más.
“El unicornio”, de Manuel Mujica Láinez
Regalo de mi hermano en una difícil etapa de mi vida. El libro que más me marcó, el más importante. No solo por esa historia tan fantástica y maravillosa, sino porque la literatura me impulsó a seguir adelante. Quizá exagere, pero en cierta forma, este libro me salvó la vida.
“Scaramouche”, de Rafael Sabatini
Que decir del viejo y querido Scara. Mi ídolo. Un modelo de vida, de honestidad, de compromiso. Y una historia bellísima.
“El astillero”, de Juan Carlos Onetti
La mejor manera de contar una historia.
“Una noche con Sabrina Love”, de Pedro Mairal
Los jóvenes argentinos también hacían literatura. Un excelente libro, bastardeado por una horrible película de cine.
“El suelo bajo sus pies”, de Salman Rushdie
Con la literatura se podía volar sin límites.
“Pedro Páramo”, de Juan Rulfo
La magia latinoamericana. El dolor latinoamericano.
“El nombre de la rosa”, de Humberto Eco
Este libro lo leí en unas vacaciones en Cancún. Si quieren algo que se lleve más a las patadas, aquí tienen.
“El amor enfermo”, de Gustavo Nielsen
Una historia sencilla, contada por un escritor joven, de una manera totalmente desenfadada. Ahí me di cuenta que yo también quería escribir.
“La vida está en otra parte”, de Milan Kundera
El mejor. El más grande. Después de leerlo, nada volvió a ser igual.
“Desgracia”, de John Coetzee
Se podía describir el dolor sin caer en los golpes bajos. Un libro para las minorías, es decir para todos. Porque de alguna u otra forma todos ocupamos una parte de una minoría.
“La naranja mecánica”, de Anthony Burgess
Arte y rebelión. Difícil de leer. ¿Leerlo con las aclaraciones? ¿Leerlo de corrido? Lo empecé y lo dejé arrumbado unas cuantas veces, hasta que le puse mi propio significado a las palabras raras y quedé falseado.
No quiero olvidarme de los cuentos de Cortázar, de Borges, de Castillo, de Saer, de Kafka, de Poe, de Moupassant, de Chéjov. Pero esa es otra historia.