La vida está en otra parte

lunes, octubre 31, 2005

El silencio

Te prometo fidelidad
te prometo respeto
te prometo responsabilidad

No me pidas pasión
sólo podré hacer el intento

No me pidas locura
sólo haré el ridículo

No me pidas volar
no pasaría de un tibio carreteo

Querés amor
te ofrezco compañía

Soy poco
poco muy poco

Abro mis manos y te libero
te deseo lo mejor
adiós adiós
no llores
es por tu bien
no mirés atrás
la frente alta
las convicciones firmes
un paso y otro más
adiós adiós

El silencio me lastima
me va a matar
quiero morir
me acerco a la ventana esperando tu vuelta
inútilmente
inútilmente
inútilmente

jueves, octubre 27, 2005

Si fuera cantante

Si Scaramouche fuera cantante, arrancaría sus recitales con Tonada del viejo amor. Sentadito en medio del escenario, enfocado por un único reflector.
Luego un set de tango. Pasional, Nadie y Naranjo en flor.
Después El breve espacio en que no estás y Sábado corto.
A esa altura, tendrá la garganta tomada (porque no es cantante y no sabe cantar y además por la emoción).
Seguramente intentará seguir con De plenilunio, pero ya estará llorando y con el corazón triste y el show no podrá continuar.

lunes, octubre 24, 2005

Puertas cerradas

Puertas cerradas
puertas sangradas por nudillos ajenos
infranqueables
altivas
sordas
majestuosas

Ante ellas me posterno
les rezo imploro

Puertas sordas
de majestuosa altivez

Muero genuflexo
ahogado por la indiferencia

jueves, octubre 20, 2005

Caballos negros

Caballos negros brotan en mí
recorren desiertos por caminos de lágrimas de sangre blanca

Caballos negros brotan en mí
desbocados
lacerados de sinrazón

Caballos negros brotan en mí
trotando al infinito
en busca de un poco de paz

martes, octubre 18, 2005

Remake

El sábado pasado veía en el cine el trailer de la remake de King Kong, que se estrenará en diciembre para todo el mundo. Digo yo, pregunto... señores Steven Spielber, Peter Jackson o quien sea... ¿no les gustaría volver a filmar Moby Dick? No tengo nada en contra del clásico con Gregory Peck, al contrario, pero que bueno sería semejante historia con la tecnología actual.

lunes, octubre 17, 2005

El hombre del traje gris

Que es un disco de Sabina, sí, sí, Scaramouche lo sabe. Pero viste así para mimetizarse con el medio. En realidad para pasar desapercibido. Para que no lo miren y si lo miran, no lo vean.
También lleva corbata. Que lo ahoga, que lo asfixia. Que no deja de retorcer cuando está nervioso (es decir en todo momento).
Sobrio, pulcro. Correcto. Nada elegante. Nada estridente. Nada jugado.
Nada de nada.

jueves, octubre 13, 2005

Lecturas

Terminé de leer "El futuro", de Gonzalo Garcés.
Estoy releyendo "El Evangelio según Jesucristo", de Saramago.
¿Cuál será el próximo?

martes, octubre 11, 2005

Están viviendo

Por fin. Desborado, feliz en exceso. Me inflo como un globo y vuelo. Vuelo.
Y sonrío. Y nada es tan malo. Y nada es tan terrible. Y los quiero. Y los perdono. Y vuelo. Y sonrío.
Pero por impericia unos, por maldad otros, por egoismo también, por que sí los demás, comienzan a tirar del cordel.
Y bajo bruscamente. Y ya no sonrío. Y quedamos a la par. Con los pies sobre la tierra.
Y me llueve en los pies y la tierra se hace barro y me hundo y me pierdo y no puedo salir.
Y ahora es una mueca. Y es un gesto de dolor. Y pido auxilio.
Pero están ocupados. Están viviendo.
Están viviendo.

lunes, octubre 10, 2005

El viaje

Bajo del ómnibus. La terminal está irreconocible. Por supuesto que no es tan majestuosa e impersonal como las de las grandes ciudades, pero es moderna y funcional. Me resulta extraño ubicar un lugar semejante en mi pueblo.
Camino hacia la salida, arrastrando parsimoniosamente mi valija con rueditas, “otro elemento extraño en este pueblucho”, pienso. Recorro toda la plataforma, el hall y llego a una puerta de vidrio presidida por un cartel verde con letras blancas: SALIDA. Al acercarme, la puerta se abre sola, dejándome ver la calle y los autos que transitan por ella. “Que gentiles, ni siquiera tengo que empujar el vidrio”, reflexiono; “tampoco tuve que decir ábrete sésamo”, sigo divagando; “o es la forma más sugerente de indicarme que ya llegué y que no hay vuelta atrás”.
Pongo un pie en la vereda y a pesar del calor del ambiente, siento un escalofrío recorrer mi espalda. Un muchacho me hace señas con la mano, mientras me abre la puerta del primer taxi de la fila. No le hago caso, camino hacia la esquina.
Decido seguir a pie hasta mi hotel, total está cerca y quiero volver a ver las viejas calles y la plaza y la peatonal.
¿Por qué vuelvo? O mejor dicho: ¿por qué me fui?
Me fui porque se fueron todos. Yo, uno de los últimos, pero al final me fui. Recuerdo haber sufrido mucho, no quería irme. Supongo que hubiera sido feliz aquí, trabajando en la fábrica o en el campo, o de mozo o vendedor en el pueblo, pero quedarse no estaba bien visto. Era de tontos o de fracasados. Había que irse. Como si fuera un legado de todas las generaciones. Irse a otro lado. A la ciudad, a cualquier parte, pero fuera de aquí.
De buena gana me hubiera quedado. A pesar que ya me había separado de mi mejores amigos. Funes fue el primero en dejarnos. Después lo siguió el mayor de los Viñas, después el Ruso Cohen, y así, uno a uno, me fueron dejando solo. Claro que yo tenía a Mercedes que era a todo lo que aspiraba, vivir con ella para siempre, pero una tarde, sentados en el banco de la plaza, con las manos entrelazadas, me dijo con ojos vidriosos, “yo también me voy”.
Entonces sí, ya no quedaba nada para mi en el pueblo, y yo también me fui.
Llegué a la ciudad, desterrado, apátrida. Con una dulce melancolía por el pueblo que dejé, pero también con rencor por no haber podido crecer en mi lugar, por haber abandonado mi sitio para ser uno más entre tantos otros.
En el pueblo yo era Romancito, el hijo tardío de Don Marcos y Doña Ana. Mis viejos ya eran mayores cuando llegué al mundo. “Es una bendición, un regalo del Señor”, repetía mi madre hasta el cansancio. Siempre me sentí querido, por mi padres y por mi gente. Pero aquí, en mi pueblo, se crece muy rápido. Y cuando dejé de ser Romancito para convertirme en Román, ya nada fue igual.
Ahora vuelvo. Sólo por el fin de semana largo. Mientras mis compañeros de oficina viajan a la costa o a sus casaquintas, yo me vine a este pueblito de mala muerte. “El sábado es la fiesta del geranio en mi pueblo”, les dije a modo de explicación.
Y aquí estoy. Otra vez en el pueblo. Ya no están los viejos, que se fueron para siempre, ni los amigos que quién sabe donde estarán, ni Mecha, ni nadie que yo conozca. Igual aquí voy, cruzando nuevamente la plaza. La recuerdo más grande y con más verde. Ya no está la calesita, el bebedero está roto, los juegos están cercados por rejas. Qué distinto está todo.
Quiero llegar rápido a mi hotel, darme una ducha, dormir una horita, y después iré a la peatonal a disfrutar de la fiesta del geranio.
La fiesta del geranio. Nunca me gustó cuando era parte de este pueblo y ahora que soy un desconocido vengo a verla. Durante ésta época, en mis tiempos, el pueblo se convulsionaba. Hoy, ahora, parece un día más.
Recuerdo cuando a Mecha la eligieron reina del geranio. ¡Qué orgullo! Ese día todos los de la barra quedamos prendados de ella. Sin embargo me eligió a mi. Pero duró poco. Al poco tiempo empezó el éxodo, y ella también se fue.
Que distinto está todo. ¡Hasta hay semáforos en la avenida!
Ya no parece mi pueblo, todo está tan cambiado que cuesta reconocerlo.
Quiero llegar pronto al hotel, éste paseo me está haciendo mal. No se que vine a buscar -no voy a mentirme con que realmente vine a la fiesta-, pero seguro que aquí no lo voy a encontrar.
Ya estoy cerca, doblando la esquina, son dos cuadras y llego. Aunque si camino para el lado del río, paso por la puerta de mi vieja casa. ¿Qué hago? ¿Por qué me martirizo?
Es solo curiosidad, quiero ver mi casa.
Está distinta. Le agregaron al jardín un toldo de lona que queda horrible, la pintaron de amarillo, construyeron otra planta. Y bueno, todo cambia. ¿Y allá enfrente? ¿Ese baldío? Ahí vivía Mercedes. Parece como en el tango: “nada, nada queda en tu casa natal, solo telarañas...”. ¿Eh? ¿Quién me toca el hombro?
-¿Román?
-¿Mecha? -no lo puedo creer.
La miro a los ojos. Los tiene húmedos, como aquella vez en la plaza. Le tiembla la mandíbula, me sonríe. Me toma las manos. Me observa de arriba a abajo. Está emocionada.
-¿Cómo estás, tanto tiempo? -pregunto.
-No tan bien como vos -responde.
La veo flaca, tal vez demasiado flaca. Tiene arrugas. Se nota que pasó el tiempo. Está distinta, ella también está distinta.
-¡Qué alegría Román! ¿Viniste a la fiesta?
-Claro, no podía faltar -agrego.
La miro. Me mira. Sonríe. Intento sonreír también. Ni una palabra. Sólo miradas.
Por fin ella habla:
-¿Nos vemos ésta noche en la peatonal?
-Seguro -le digo.
-Chau -se despide.
-Chau -me despido.
Ni una mención al pasado. Ni un comentario. Ni un recuerdo. A ella que fue la reina de la fiesta. No se lo recordé. ¿Fui descortés? ¿O tuve piedad?
Ahora sí, me voy para mi hotel.
Estoy muy cansado. Confundido. Abrumado.
Entro a la recepción. El conserje me da las llaves. Subo un piso por la escalera hasta mi habitación. Un botones de quince años me lleva la valija. Le doy dos pesos. Cierro la puerta. Otra vez solo.
Voy hacia el baño, abro la ducha. El agua cae fuerte, me meto debajo. Giro la canilla de la fría para regular la temperatura.
Ahora me afeito. Mojo mi cara y antes de esparcirme la crema por ella, me miro al espejo.
Me veo por primera vez como nunca antes me ví.
¿Realmente soy yo?
Me sigo mirando en el espejo. También han pasado los años para mí.
Termino de arreglarme. Abro la valija y saco ropa limpia. Me visto rápido. Si me apuro en llegar a la terminal, tal vez pueda cambiar los pasajes y volverme esta misma noche.
Creo que voy a aprovechar el fin de semana para adelantar trabajo en la oficina.

jueves, octubre 06, 2005

Crónica de miércoles por la tarde

Boss apretó el botón rojo del intercomunicador y rebuznó: "¡Scaramouche, a mi despacho!". Con el grito esparció migas de galletitas por todo el escritorio formando canallescas figuras.
Scaramouche emergió trás un Sinaí de papeles y carpetas. Tomó su birome y anotador, y arrastrando los pies sobre la alfombra, marchó hacia el abismo. Tenía la cara cuadriculada, color mate, en una extraña simbiosis con los elementos de trabajo.
Pasó al lado de los escritorios de Sor Juana, de Pitufina y de Piggie, que lo miraron con compasión (hasta se hicieron la señal de la cruz). Lancelot esbozó una sonrisa. Bartleby no se enteró de nada, siguió inmerso en sus papeles.
Al llegar al despacho de Boss, Scaramouche golpeó la puerta y como siempre, entró antes de escuchar el "¡adelante!".
Boss lo miró ofuscado, pero esta vez no dijo nada. En cambio le comunicó a Sca:
-Scaramouche, hoy por la noche viajo a Mar del Plata. Por el jueves y viernes queda a cargo. Tal vez el martes también, después le aviso.
"Ojalá te ahogues en el mar", pensó nuestro amigo.
-Me entiende Sacaramouche, queda a cargo -y lo despachó con un movimiento oscilante de su mano derecha.
Scara salió del despacho confundido. Ahora era el jefe. Solo por dos días, pero jefe al fin. Como cada vez que Boss se rajaba.
Volviendo a su escritorio se cruzó con Gatúbela que lo miraba intrigada. Sca pensó mientras la miraba: "en estos dos días soy el jefe, ¿esta también querrá meterse bajo mi escritorio?". Se sacó las ideas locas de la cabeza y continuó caminando.
Durante el trayecto, Pitufina dejó de hablar por teléfono para mirarlo. Lancelot levantó la vista de sus cosas. Piggie y Sor Juana también lo miraron. Es que Scaramouche tenía un aura especial, distinta. Bartleby no se enteró de nada, seguía escribiendo.
Llegó a su escritorio, se sentó y esbozó una guasónica sonrisa de cartón pintado.
Asunción, que limpiaba la alfombra, lo miró extrañado:
-¿De que se ríe dotorcito? -preguntó, incorporándose del piso.
-De nada Asunción, de nada.
Y siguió con sus asuntos.

(continuará)

miércoles, octubre 05, 2005

Es así

Ayer llegué tarde a casa. Ofuscado. Violento de subterraneo.
Ducha tibia. Música. Marisa Monte me canta al oido. Canta para mí. Cierro los ojos. Soy el rey. El rey del mundo. Marisa me canta "Gentileza" una vez más. Y otra vez. Me duermo feliz. Porque soy el rey del mundo y Marisa canta para mí.
Hoy por la mañana. Subte B. De Los Incas a Uruguay. Oficina por 11, 12 horas. Esto no es vida. No.
Milan tiene razón. La vida está en otra parte.

lunes, octubre 03, 2005

Al otro lado del río (Jorge Drexler)

Clavo mi remo en el agua / llevo tu remo en el mío. / Creo que he visto una luz / al otro lado del río. / El día le irá pudiendo / poco a poco al frío. / Creo que he visto una luz / al otro lado del río. / Sobre todo, creo que / no todo está perdido. / Tanta lágrima, tanta lágrima, / y yo, soy un vaso vacío... / Oigo una voz que me llama, / casi un suspiro: / ¡Rema, rema, rema! / En esta orilla del mundo / lo que no es presa es baldío. / Creo que he visto una luz / al otro lado del río. / Yo, muy serio, voy remando / y muy adentro sonrío. / Creo que he visto una luz / al otro lado del río.
16 de julio de 2003, Madison. Jorge Drexler

Y seguimos remando... ¡remo, remo, remo!

domingo, octubre 02, 2005

Noche oscura

Se miró al espejo sin verse. Intentó evocar imágenes del pasado, de esa niña de bucles columpiándose en el jardín de sus abuelos, de aquella joven que portaba orgullosa la bandera de ceremonias en los actos escolares, de la chica llena de ideales.
Una ráfaga inesperada se filtró por la ventana del cuarto y la devolvió a la realidad.
Los recuerdos se esfumaron y casi se espanta al percibir el rostro de una mujer gastada y fatigosa, de tanto vivir sin vivir.
Terminó de pintarse los labios, exagerados y provocadores, se ajustó el escote, se puso la mini minifalda, los tacos aguja y salió a la calle con una estola al cuello y la cartera colgando de su brazo derecho.
La noche oscura y seductora la envolvió en su trampa. Penetrante y acogedora.